Se completó el círculo de una trilogía perfecta: en el período casi exacto de un año desfilaron Adrian Belew, Carl Palmer y Ian
Anderson; integrantes esenciales de bandas trascendentes del rock sinfónico
como King Crimson, ELP y Jethro Tull respectivamente.
Le tocó cerrar ese dibujo figurado a Ian Anderson y, como el
último de esa lista ilustre, acabó siendo un verdadero plato fuerte sin el
menor desperdicio.
Calvo, con barba candado y chaleco negro abierto sobre una
remera blanca asomó en el escenario junto al resto de la banda con esa
tranquilidad tan habitual que muestran los grandes en serio.
- ¿No es igual a Walter White? fue la
primera reacción ante el innegable parecido físico con Bryan Cranston, el
protagonista de Breaking Bad.
Pero fue sólo un detalle de color, luego destiló una
personalidad tan deslumbrante como inimitable que envolvió a todos los
asistentes del teatro donde los viejos fanáticos de Jethro Tull lucían sus
remeras de recitales anteriores, acaso para demostrar que la leyenda sigue
viva.
Y la banda, una máquina bestial y aceitada como era de suponer,
arrancó a todo vapor con un ensamble tan acabado de melodías rockeras, celtas,
sinfónicas y bluseras que resulta inclasificable; a lo que debe sumarse la
inclusión de esa notable flauta traversa, un instrumento tan extraño en este
género como bien podría serlo una tuba.
Pero esa rareza, en este caso, lo acaba convirtiendo en un
elemento de vital y exquisito al igual que su intérprete, quien le agrega sus
propios sonidos de gritos, soplidos y gruñidos casi guturales para completar un
combo tan particular que no reconoce otro igual.
Porque de eso se tratan algunas cosas: ser único a partir de la
perfección y no al revés. Ian Anderson, con sus siete décadas a cuestas, sigue
mostrando que viejo es el viento y todavía sopla; y que su idea musical
continúa siendo tan válida que, escuchando esa mixtura de virtuosismo y
contenido desenfreno, uno termina diciéndole al de al lado ¡Qué genial es este
tipo!
Y así fue sucediendo durante el desarrollo de todo el set list
elegido para la presentación entre nosotros. Con dos partes bien definidas: la
primera donde las melodías y los pulidos arreglos en las ejecuciones mostraron
la vigencia de clásicos inoxidables como Heavy horses, Thick as a brick, Banker
bets banker wins, Far on the freeway para completarla con la icónica Too old to
rock´nroll too young to die.
Los quince minutos de intervalo fueron la calma que precedió a
la tormenta que se desató sobre el escenario con una contundencia para perder
el aliento.
El arranque de la segunda, con Sweet dreams, fue demoledor y no
se detuvo hasta el final; Past time with good company y una Toccata and fugue
in D minor fueron muestras de esa aplanadora que se abalanzaba sobre nosotros
hasta aplastarnos, literal y definitivamente, con una versión memorable de
Aqualung y el bis de Locomotive breath.
Ian Anderson o Jethro Tull, que acaso sean lo mismo, suenan como
si lo hubieses escuchado todo el tiempo sin siquiera darte cuenta de quiénes se
trataba. Son tan fabulosas las melodías que nunca pierden vitalidad y logran
que Jethro sea como esos amigos que, aunque pases tiempo sin verlos, están
siempre a mano y, de algún modo, te sanan, te curan, te transforman; porque sus
ritmos no son iguales a los de nadie pero uno puede reconocerlos claramente
dentro de otras bandas, como por ejemplo en ciertos temas del enorme Génesis en
tiempos de Peter Gabriel.
Párrafo aparte para el resto de los músicos, absolutamente
virtuosos en lo suyo, y el uso y despliegue de elementos virtuales desde la
pantalla de alta definición: complementando y hasta reinventando la tarea vocal
y musical de Anderson pero con una exactitud y perfección digna de un asombro
al borde de la hipnosis.
El público, respetuoso y conocedor, no insistió con más bises
porque sabía que el final había sido el que fue y se marchó con la certeza de
haber presenciado un show imposible de olvidar. A partir de ahí comenzó otro momento:
el de comentarlo, revivirlo y volver a asombrarse comida y bebida de por medio.
Tal vez como al propio Ian Anderson y a su entrañable Jethro
Tull les hubiese gustado.
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