En
los primeros días del mes de marzo recibí un flyer enviado por Beto Frangi anunciando
la presentación de un grupo llamado La Titanic en la Casa del Bicentenario y,
como siempre, invitando a transitar algo menos de cien kilómetros para ver un
show en el cual, como sucede hace algún tiempo, parece tener activa
participación en la organización del espectáculo,
Me
comuniqué con Marqui y nos dijimos que esta vez no podría ni debía haber
excusas: íbamos a estar ahí para deleitarnos con lo que fuera que hicieran Tito
Losavio, Miguel Zavaleta, Gringui Herrera y Fernando Samalea; que algo bueno
tenía que salir de semejante grupo de músicos y pusimos manos a la obra para
armar el viaje buscando a alguien que nos llevara hasta allá.
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La Titanic |
Y
así, sumando a Pablo Crash y Patricio Valverde, empezó a tomar forma la breve
excursión hacia la otrora Capital Argentina del Mueble; que vamos en taxi, que
dormimos en un hotel, que vamos en colectivo, que nos pedimos un remise trucho
y diversas alternativas se barajaron hasta que confirmamos a David para nuestro
traslado quien, para nuestra sorpresa, pidió si podíamos conseguirle una
entrada, ya que le gustaba lo que iríamos a ver.
Restaba
únicamente aguardar la llegada del día y la hora señalada para iniciar el
ansiado viaje: el primero en subir al taxi fui yo, luego recogimos a Pablo,
pasamos por la casa de Patricio y algo más tarde subió Marqui en Funes completando
el pasaje y rumbeamos hacia la no tan lejana Cañada de Gómez,
Más
de dos años habían pasado desde la asistencia a un recital para quienes surcábamos la autopista Rosario/Córdoba con una sonrisa que
revelaba la felicidad por volver a compartir los shows como si ese tiempo y sus
circunstancias se hubiesen borrado de un plumazo.
Ninguno discutía la calidad de los músicos pero nadie sabía demasiado de este proyecto conjunto más allá de algún que otro comentario que marcaba que harían música de los 60 y 70.
Con
Miguel Zavaleta al frente ataviado como el capitán de la nave, los integrantes
de La Titanic ingresaron al escenario con el Gringui Herrera disfrazado de
pirata, Tito Losavio de oficial y Fernando Samalea (el más joven) de simple
marinero.
El
arranque fue brutal: comenzó a sonar Smoke on the water en una versión tan
extraña que fue dificultoso darse cuenta de qué tema se trataba. De ahí en más
deberíamos acostumbrarnos por un buen rato no sólo al histrionismo de Zavaleta
sino también a acomodar el oído para desenmascarar qué canciones se escondían
detrás de esos arreglos formidables que convertían (literalmente) al cover en
una cosa totalmente diferente al tema original, casi en una nueva canción
podría decirse.
Huelga
decir que esa “nueva” canción tenía un sonido tan potente y una calidad interpretativa
tan exquisita que uno no podía dejar de preguntarse todo el tiempo ¿cómo se
hace para ensamblar los arreglos de estas canciones sin fisuras y
sonando como los dioses?
Y
así fuimos descubriendo clásicos inoxidables como Cocaine, Proud Mary, Obla Di
Obla Da, Last train to London, Venus y Whole lotta love entre otros.
Párrafo
aparte para dos temas: una versión sensacional de Living loving maid (she’s
just a woman) de Led Zeppelin donde se sumó un bandoneonista local de apellido
Gustaffson cuya interpretación le agregó un matiz de sonido tan novedoso como
brillante. Y el cierre, a todo vapor (si vale el témino) con una versión
arrolladora de Walking on the moon de The Police que marcó el final de la
velada.
Quedó
tiempo luego para colarse entre bambalinas y lograr una breve entrevista al Gringui Herrera primero y a Fernando Samalea después quienes,
despojados de cualquier vedetismo o pose de rock stars se prestaron amablemente al diálogo que le propusimos Marqui y yo.
Y
fue Fernando Samalea quizás el que mejor definió cuál es el concepto musical La
Titanic cuando dijo que “el chiste es que ellos son tan buenos compositores que
son un grupo de covers con versiones completamente diferentes habiendo dejado
enormes canciones en el imaginario popular”
Lo
decía excluyéndose, como si él, su talento y la enorme lista de músicos a los
que acompañó desde la batería fuesen otra persona y no la que minutos antes le
había otorgado un soporte percusivo tremendo a ese puñado de clásicos que nos
habían entregado, agregando “es maravilloso que, sin abandonar cada uno sus
proyectos, seguimos divirtiéndonos como el primer día”, y eso se notó arriba
del escenario.
No
pudimos escuchar en la interpretación de su autor aquel viejo hit de los ’80
que fue “Amanece en la ruta” como supusimos con Marqui aunque, como lo mencionó
el propio Herrera, si bien a veces lo incluyen en el set, Zavaleta lo considera
un poquito “fuera de contexto” con relación al resto de los temas elegidos.
Luego
fue momento de compartir la pizza acostumbrada y el brindis impostergable por
el retorno a los recitales luego de tanto tiempo; y durante el viaje de vuelta,
ya de madrugada, pensaba que el nombre obvio de esta crónica debía ser amanece
en la ruta pero, gracias a la música que nos entregaron los integrantes de La
Titanic imaginaba que tampoco quedaría tan mal modificarlo por otro que surgió
recordando el viaje de ida y que sería algo así como un cover del título
pensado originalmente.
Y entonces fue anochece en la ruta nomás, pero absolutamente todo lo que pasó bajo la luz de esa luna de marzo estuvo muy lejos de ser oscuro: fue, simplemente, brillante.
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