Quisiera escribir un poema largo
tan largo que recorra una ventana abierta
una mirada que me abarque sin pestañear
en aquellas visiones del acantilado marrón
del mar rompiendo sus olas contra playas desiertas;
que sea la imagen de un atardecer apacible, sereno
una señal contundente que aplaque fantasmas y encrucijadas
de otras voces, de otros lugares
una marca distante y cercana que silencie la angustia, la
prisa
que esas aguas y esas playas que aparecen en mis exilios
terrestres
inunden mis ojos ahogando la respiración;
que las rocas, las arenas mojadas, dejen de guardar secretos
bajo la espuma y la sal
que se abra un cofre de tesoros inesperados
un imposible no me olvides, un no te vayas ahora
quemándose con los rayos del sol y el reflejo de la luna;
porque antes hubo, hace tiempo
un aire divino silbando en mis oídos
como la mejor música que haya escuchado jamás
un canto de sirenas que surgía desde el fondo del mar
ese inmenso mar que arrolla con su marea
y humedece estos pies primero y estas manos después;
el que sacude una por una las pieles que desnuda el viento
las que más allá se disfrazarán de barcos y recortarán
la infinita línea del horizonte
aquellas hasta donde puedo estirar la vista, forzar la
mirada
para recoger en la memoria el caudal de esas siluetas,
porque yo veía pasar los cargueros mientras aguardaba la
crecida del río
desde las amarras, en el muelle del puerto
y pienso que el río es un gran tajo abierto que desagua en
el mar
y que los vapores que viajan por él se vacían de turbulencia
en sus bodegas
escapan hacia un destino que los enceguece como la luz a los
insectos
que sus banderas de colores son trapos de sueños dormidos
mezclas y manojos de historias truncas
dominaciones de otros siglos;
que el abismo sediento del mar descansa en un lecho invisible
de islas y remansos
y entonces me pregunto si realmente era yo quien subía a la
barranca
para verlos pasar hasta perderse por el canal
si era tierra y sol, o barro y arena;
si acaso no era otro acantilado dentro de un jardín
primitivo
o ya me había convertido en esta hoja blanca de bordes
agujereados
o en este lápiz de punta negra y gastada por la presión de los
dedos;
si soy el mismo brazo, la misma mano que acariciaba sus
cabellos
sus pechos, sus piernas
si soy el que trata de ganarle una nueva apuesta al olvido
con la cacería ciega de unos cuantos versos sueltos
y escribir este largo poema apenas para intentar saldar una
deuda sin billetes
ni acreedores,
una deuda demasiado cara y que tal vez
sólo con poesía se podría pagar…
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