Estoy acostumbrado a acostumbrarme / con el insignificante sentido de las palabras / y no sé si el hombre le dio horas al tiempo / o el tiempo horas al hombre. Estoy libre en mis prisiones / calma siniestra por escapar / y no sé si los dioses crearon / el mundo para los hombres / o los hombres el mundo para los dioses / Estoy viviendo mi muerte / tácito pasillo que aborrece de oscuridad / y no sé si soy yo quien intenta escribir / o escribe quien intenta ser yo. "Hombre" de Fabricio Simeoni

12 de octubre de 2007

ANATOMÍAS PRESTADAS

I

No es quizás prestada
la pueril anatomía de unos cabellos rojos
descolgando sus visiones
desde un retruque de pátinas escondidas;

prefiero que se piense en sótanos ocultos
o en medianeras de baja altura
a la hora de hablar de las siestas;
prefiero aquellos lugares donde erraba más de un fantasma
y el rigor del miedo no era sino historietas
de hojas quebradas y amarillas.

Nada era prestado en esas piernas delgadas
corriendo de un patio hacia otro,
en los saltos que saltaban las escaleras
hasta ganar una calle cubierta de niebla;

el tiempo de las anatomías prestadas
se supone tan lejano como la infancia misma,
y acaso haya sido el sello de la vieja biblioteca
juramentando resistir el olvido
o la tozuda resaca de unos pantalones cortos,
de unas pelotas de fútbol
desgajándose contra las rejas de un centenario balcón.

El tiempo de las anatomías prestadas
no ha desaparecido:
se vislumbra en estos ojos pardos
como si nunca se hubiesen contagiado de los años
y todavía esperaran nacer,

esperaran crecer…

II

El carro, la noche, la puta y la envidia
no se parecen en nada,
no tienen el mísero placer de abandonarse,
son como acertijos dispuestos
de un modo fantasmal dentro de mí
y se burlan de cualquier estigma que me recorra
asomándose y ocultándose en huecos vacíos
de culpas compartidas.

El carro, la noche, la puta y la envidia
son extremos que sólo se tocan
en racimos de palabras prestadas,
son los decires de un tiempo detenido
en las huellas de unas ruedas de madera
o en una cueva mortal
como un oscuro designio de migas dispersas
y así sucesivamente
hasta que la envidia abra sus piernas,
su boca,
sus labios
y se ofrezca en otra ronda de pobre sustento.

El carro, la noche, la puta y la envidia
me acorralan con cercos y paredes;
sin horas,
sin gritos
en un túnel que gira incesante
succionando destellos de módicos destinos
como avatares impostergables:
entre ritos y mansos placebos
queda poco para leer en las cartas
que no se sufra en la vida estéril de una mentira piadosa,
en un orgasmo apagado,
en un calendario inconcluso.

III

Los cumpleaños

Antes,
mucho antes que la conciencia dejara caer sus razones
en senderos y demás laberintos de la memoria,
hubo un tiempo de serenas ausencias
como si aquellas figuras hubiesen sido,
apenas,
un incipiente marasmo de mis solapados deseos
o una prematura condena para esta fragua
de cuerpos imperfectos,
de mentiras incomprensiblemente verdaderas.

Después,
y sólo en el estricto significado del después,
comenzaron a sucederse los cumpleaños.

IV

No había lugar para la trampa,
ni siquiera para olor a traición.
Al mejor estilo de viejos retos a duelo
los desafíos se gritaban a capa y espada,
el honor se disputaba en cada baldosa
y la gloria sólo era una cuestión de trueque
o un vulgar intercambio de monedas.

A veces con luces,
a veces a oscuras,
dormitaban historias de ultramar
consolando los sueños de un granero devaluado
y sus leyendas de oferta prostibularia.

Nosotros,
imprevistos herederos de ignotos estibadores
y ávidos marineros
ignorábamos la fama de Sunchales
y nos hincábamos de rodillas
postergando las urgencias a un silencio ritual.

El mundo se detenía en esos instantes
de hazañas y respiraciones contenidas:
sobre una pequeña pista
- como suspendidos en el aire -
un par de volatineros de circo
entregaban su función.

No hay comentarios.: