V
Las Cartas
Nunca he logrado quemar sus cartas,
borrar su perfecta caligrafía
ni sus letras de tinta oscura;
cada golpe en la puerta
palpitaba en mis cordones
como un breve golpe de suerte,
yo suponía escribir en el agua
un viaje turbio,
promesas que nadie recordaría
pero no acerté las razones;
todavía conservo esos papeles celestes
en cajas atadas con cintas
y carpetas apiladas sin nombre,
aquellas frases cortadas y manuscritas
se guardarán en sus cenizas mis vacíos,
mis palabras de azar imprevisible;
Dios pareció equivocarse
como mensajero de noticias:
apenas me han sobrevivido estas culpas
entre puntos suspensivos…
VI
Las Voces
Escuchaba gritos
en el eco distante
de golpes sobre la pared;
los atajos nocturnos
despabilaban mis ojos,
cortaban de miedo
la cripta de un monje invisible;
se apagaban las luces,
se volaban las palabras,
se miraban las noches;
gastadas formas sin espejos
se prostituían en horcas dibujadas
como cadalsos de papel
y yo escuchaba que me llamaban,
que me adormecían,
que me arrastraban:
nunca pude decirles que no…
VII
Tatuajes
Dibujados en el cuerpo,
grabados en detalles insignificantes
hasta lacerar la piel;
nadie levita en esas acuarelas
sin suponerse un marinero sediento,
un orillero dispuesto al sacrificio
o un recluso sin llave ni destino;
se han encontrado caras imperfectas
de módica desesperanza,
glosarios de íntimas confesiones
y signos de amores remotos
en vagas iniciales;
a veces las marcas están como si fuésemos
a morir mañana,
como si el tiempo ya se hubiera agotado
y sólo quedara contar lo que pasó
en testimonios de dudosa posteridad;
historia de palabras cortas,
alaridos de uno mismo desnudándose por si acaso:
nada que otros no hayan gritado antes;
nada más…
VIII
Jeremías y la música
Jeremías insistía con el piano,
deslizaba sus dedos como un gato negro
saltando un damero de colores invertidos;
él decía que yo debía imitar su debilidad,
que era conveniente aprender música
y deleitarse mirando las manos;
pero las musas quedaron dispersas,
las distancias se volvieron continentes inexpugnables
y sólo el tiempo acabó por ser lo que siempre es:
certeza y olvido;
también insistía que algo iba a suceder,
que no alcanzarían las palabras
- acaso simples predicciones –
hasta que ese mismo tiempo, otra vez, tuvo razón:
Jeremías deambula sobre consejos y partituras amarillas,
es Brahms en invierno y Viena en primavera,
es la muerte en las teclas de un piano sin proponérselo;
a oscuras y en silencio
me sigo deshaciendo en reproches.
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