Estoy acostumbrado a acostumbrarme / con el insignificante sentido de las palabras / y no sé si el hombre le dio horas al tiempo / o el tiempo horas al hombre. Estoy libre en mis prisiones / calma siniestra por escapar / y no sé si los dioses crearon / el mundo para los hombres / o los hombres el mundo para los dioses / Estoy viviendo mi muerte / tácito pasillo que aborrece de oscuridad / y no sé si soy yo quien intenta escribir / o escribe quien intenta ser yo. "Hombre" de Fabricio Simeoni

20 de marzo de 2008

Bob

Bob Dylan - Hipódromo Independencia - Rosario - Marzo de 2008
No podrá medirse en términos normales. No ahora. Probablemente el paso del tiempo, esa distancia juzgadora de las sentencias más inapelables, será quien selle con sus marcas indelebles la real magnitud de una velada irrepetible.

Bob llegó y tocó. Y nosotros nos quedamos ahí, deslumbrados, azorados por la fuerza arrolladora de su música y el gigantesco peso específico de su magra figura.

Bob llegó y cantó. Su voz de arena sonó tan glacial como imponente y distante. El paso de los años ha mutado en el personaje; o, mejor dicho, el personaje ha logrado mutar los años, o ambas cosas. En cualquier caso no vale la pena detenerse en esas minúsculas cuestiones.
“…si alguien me hablara con esa voz al oído, sería como si me estuviese haciendo el amor…” dijo mi compañera de al lado en la platea mientras escuchábamos hipnotizados, como el resto, el repertorio que se nos entregaba sin pausa desde un escenario absolutamente despojado.

Hasta la luna parecía suspendida en ese oscuro cielo que revestía el Parque Independencia. Se me ocurrió pensar que en algún lado ¿por qué no? quizás se hubiesen estado balanceando al ritmo de los acordes - igual que nosotros - John Lennon o Jimi Hendrix. Él está, ellos no. Pero se los advertía presentes. Ellos se fueron, él sigue. Y yo sentí, debo admitirlo, que hasta comulgaban juntos en algún momento con el perdón de Mr. Zimmerman y el de quien corresponda.

Bob no miente. No intenta ocultar nada. Empuñó apenas un poco la guitarra, tocó un piano de pie, casi como apoyándose en el teclado, y sopló su armónica sin necesidad de apelar al viento. Todos aguardamos por ese viento en el final de los bises y él decidió guardarse ese gusto haciéndonos saber, de paso y como si hubiese hecho falta, quién dominaba a quién y quién guiaba llevando las riendas de la cosa.

Es que, en definitiva, sólo de eso se trataba: de LA COSA. Y LA COSA fue demasiado fuerte para quienes estuvimos ahí.

Bob no hace demagogia. No es ni quiere parecer simpático. Ni siquiera habló para hacernos escuchar el remanido “…buenas nouches Rosariou…” y muchos nos quedamos con las ganas de oír de sus labios el nombre de los músicos de su increíble banda para ovacionarlos uno por uno. Nada de eso sucedió.

Bob llegó y partió en un pequeño colectivo que desapareció lentamente confundiéndose entre las luces de la ciudad y con nosotros contemplando desde lejos, inmóviles, cómo se esfumaba delante de nuestras miradas mientras confirmábamos íntimamente que esa había sido la última vez y que no existiría una nueva ocasión.

Luego fue la hora del retorno en calma, de volver a caminar por el parque como aquella noche de hace tantos años, de sentir que los ojos brillaban como en contadas oportunidades y que algo muy difícil de explicar palpitaba dentro de mí transformado en un millón de voces de agradecimiento. La magia, por un rato, había descendido sobre el hipódromo de una aldea totalmente rendida a sus pies.

Bob vino, cantó y se fue.

¿Cómo olvidarlo?

1 comentario:

Anónimo dijo...

...qué bueno, eh?... digo... "la cosa" que se generó.- Para que no te quedes con la intriga (aunque, conociéndote, seguro ya lo has investigado) los músicos que lo acompañaron eran Tony Garnier en contrabajo George Recile en batería, Denny Freeman en primera guitarra, Stu Kimbal en guitarra rítmica, y Donnie Herron en violín, mandolina eléctrica y steel, por email te cuento lo que averigué de cada uno.-
desde acá.... "la compañera" del recital
maria... la de las trenzas