
Allí, bajo el arco que delimita la puerta, la luminosidad comienza a perder ese brillo refulgente que contemplo sentado desde uno de los rincones para transformarse, ante mis ojos, en un pasadizo de corto recorrido rumbo a un lugar previsible aunque de tránsito incómodo según lo que puede observarse desde la sala de espera. Durante unos minutos mis pensamientos se centran en túneles y caminos fatales pero luego, instantes después, prefiero dejar de lado comparaciones y presentimientos que no tienen demasiado sentido aunque, debo admitirlo, me producen ciertos escalofríos que repercuten en mi maltrecho estómago.
Es que detrás de esa opaca barrera, fríos y asépticos bisturíes parecen desconocer absolutamente estos manojos de miedos, estas frágiles angustias mientras - imagino - sólo aguardan el momento adecuado para entrar a protagonizar esta escena de contrastes. Sucede que en manos de los médicos de turno, siendo como son, meros objetos quirúrgicos, nunca se han hecho ni se harán cargo de los obvios temores y las lógicas preocupaciones que sus accionares denotan y me convenzo apretando bien los dientes que tampoco será hoy, luego que corten mi piel, la ocasión elegida para humanizar el filo de sus hojas.
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