Estoy acostumbrado a acostumbrarme / con el insignificante sentido de las palabras / y no sé si el hombre le dio horas al tiempo / o el tiempo horas al hombre. Estoy libre en mis prisiones / calma siniestra por escapar / y no sé si los dioses crearon / el mundo para los hombres / o los hombres el mundo para los dioses / Estoy viviendo mi muerte / tácito pasillo que aborrece de oscuridad / y no sé si soy yo quien intenta escribir / o escribe quien intenta ser yo. "Hombre" de Fabricio Simeoni

12 de diciembre de 2009

Apostillas Urbanas 6 - Bisturíes

El ambiente es prolijo. La decoración, austera, se nota cuidada hasta en los detalles más sutiles. Todas las paredes están pintadas de blanco y el tapizado de las sillas de caño cromado es del mismo color. La luz que despiden las dicroicas de la araña plateada que pende del techo también es blanca. El piso es de mármol muy claro veteado con pintitas grises y completa, por su parte, esa escenografía casi inmaculada donde, curiosamente, las únicas referencias oscuras las entregan una elegante escalera cuyos escalones de madera se pierden de vista a medida que van ascendiendo hacia la planta alta y una gruesa puerta, revestida con vidrios negros y esmerilados, que da ingreso al consultorio.

Allí, bajo el arco que delimita la puerta, la luminosidad comienza a perder ese brillo refulgente que contemplo sentado desde uno de los rincones para transformarse, ante mis ojos, en un pasadizo de corto recorrido rumbo a un lugar previsible aunque de tránsito incómodo según lo que puede observarse desde la sala de espera. Durante unos minutos mis pensamientos se centran en túneles y caminos fatales pero luego, instantes después, prefiero dejar de lado comparaciones y presentimientos que no tienen demasiado sentido aunque, debo admitirlo, me producen ciertos escalofríos que repercuten en mi maltrecho estómago.

Es que detrás de esa opaca barrera, fríos y asépticos bisturíes parecen desconocer absolutamente estos manojos de miedos, estas frágiles angustias mientras - imagino - sólo aguardan el momento adecuado para entrar a protagonizar esta escena de contrastes. Sucede que en manos de los médicos de turno, siendo como son, meros objetos quirúrgicos, nunca se han hecho ni se harán cargo de los obvios temores y las lógicas preocupaciones que sus accionares denotan y me convenzo apretando bien los dientes que tampoco será hoy, luego que corten mi piel, la ocasión elegida para humanizar el filo de sus hojas.

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