Es medianoche y desde la cúpula del Palacio Fuentes se escuchan, puntuales, doce campanadas. Para algunos, la noche recién comienza. Para otros, es una enorme cruz de maldita confusión, una silueta amenazante, una ráfaga de claroscuros pintada con distintos matices.Sentada sobre el umbral de una casa antigua, una mujer vestida con el uniforme de un supermercado mira la hora de reojo repasando los minutos con aburrimiento; cansada, probablemente piensa su mañana, su pasado mañana y luego se mira - se ve – igual que ayer, que anteayer. Poco cambiará, piensa. La imagen de su rostro revela que conoce, que comprende, que nada será demasiado diferente para ella.
Resignada, sabe muy bien lo que vendrá, o lo que le tocará en suerte, pero aún así continúa abstraída volando más allá, atravesando la oscuridad con sus ojos clavados en el cuerpo de otra madrugada sin sorpresas y que ahora la encuentra esperando el colectivo mientras cuenta con avidez las únicas monedas que le quedan, las mismas que le permitirán viajar hacia su cotidiano ninguna parte.
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