
Paso caminando por la vereda, miro por curiosidad a través de los enormes ventanales y veo que todas las mesas están ocupadas, hay cola dentro del local y también gente afuera esperando para ingresar.
Chicos que corren, que juegan; padres que corren, que juegan; nada desconocido en ese universo particular. La multitud es parecida, salvo pequeños contrastes, pero algo desvía mi atención entre lo borroso de intentar distinguir, figura por figura, algún detalle singular.
Supongo que son abuela y nieta. Supongo que se disfrutan mutuamente compartiendo un encuentro, una salida, un paseo. La niña come una hamburguesa, la mujer solamente la observa.
Disminuyo mis pasos. Involuntariamente, o no tanto, por unos instantes, quedo casi parado frente a ellas del otro lado de la vidriera como si estuviera contemplando un asombro inesperado. Mientras come, la niña juega con un muñeco articulado; la mujer es calva, tiene atado un pañuelo de seda multicolor sobre la cabeza. Luce débil pero firme. Comienzo a retomar con lentitud el ritmo de mi caminata. Me saludan con sus manos, me sonríen.
No nos conocemos.
Lo último que alcanzo a ver de ellas es que la niña saborea con ganas su hamburguesa. La mujer, que no come, paladea algo distinto y creo percibir que imagina otras cosas. Pienso en un atardecer diferente, en un nuevo regalo de reyes.
Saborea, tal vez, un imprevisto tiempo de descuento.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario