Estoy acostumbrado a acostumbrarme / con el insignificante sentido de las palabras / y no sé si el hombre le dio horas al tiempo / o el tiempo horas al hombre. Estoy libre en mis prisiones / calma siniestra por escapar / y no sé si los dioses crearon / el mundo para los hombres / o los hombres el mundo para los dioses / Estoy viviendo mi muerte / tácito pasillo que aborrece de oscuridad / y no sé si soy yo quien intenta escribir / o escribe quien intenta ser yo. "Hombre" de Fabricio Simeoni

8 de diciembre de 2010

Amanecer

La imagen entregaba una sensación complicada. Tanta belleza para que un simple proceso natural diera por tierra con esa majestuosa visión suponía un absurdo irreparable.

Las cosas son así suelen decir algunos en ciertas circunstancias, y probablemente sea cierto, pero tanta injusticia suele también provocar mucho enojo antes que resignación.

Uno por uno, en calma, los minutos volvían irreversible el pronóstico que todos conocíamos de antemano. Nadie iba a sorprenderse luego aunque mirar y mirar nos dejaba cada vez más incrédulos sobre la concreción de ese fatal presagio que iba a producirse irremediablemente.

La noche había sido, y aún era, perfecta. El cielo, tan claro y transparente como la penumbra le permitía, era un cristal de sombra. El río por su parte acompañaba de costado y, a falta de viento, la correntada fluía tan silenciosa que su superficie parecía un gigantesco espejo de agua apenas manchado por la luz de la luna proyectándose sin filtros desde lo alto.

Hasta que, como todos ya sabíamos, lo que tenía que ocurrir empezó a suceder. Lentamente primero y más rápido después - incontenible - el cielo comenzó a rajarse sobre el fondo de las islas que asomaban frente a la barranca. Las grietas claras y anaranjadas iban aumentando de tamaño y la oscuridad se iba haciendo pedazos ante nuestros ojos. Haciendo una fuerza sublime, el sol empujaba su entrada con una demostración de poderío inusitado.

Nosotros, pálidos mortales, sólo atinamos a tomarnos de las manos y mirar hacia el frente: aquella comunión de estrellas que durante horas había cegado nuestras retinas con el brillo de su salpicado estelar comenzaba a caer derrotada por el más bello amanecer que se hubiese podido pintar.

Y entonces amanecimos. Junto al sol, sin estridencias, sin lograr ni desear que ese tiempo pudiera medirse con las agujas de los relojes o los previsibles calendarios.

Amanecimos sujetados solamente por las amarras de una serena y extraña felicidad.

Apuntes sobre la Graduación de Nicolás
Fotografía de María Guillermina Véscovo

1 comentario:

maria con trenzas dijo...

recordé otro amanecer
recordé otra playa
recordé otra graduación
recordé el mismo río
recordé los pies descalzos en la arena

gracias por los recuerdos