El remolino dispersa las hojas como señal de otra pesadilla. Estoy desnudo bajo una frondosa arboleda y nubes que cuelgan del cielo gris. Truenos y relámpagos persiguen mis pisadas sobre un barro pegajoso pugnando por alcanzarme. Las tormentas me asustan. Comienzo a correr. Corro y grito vomitando el más puro terror que brota de mis adentros. Intento escapar, alejarme de ella, pero el miedo acecha sin pausa y la lluvia va borrando las huellas a mis espaldas. Llego al centro del bosque y comprendo que no hay, que no habrá, reparo. Ni consuelo. Entonces siento que el viento me acaricia, que continuaré corriendo a ninguna parte…
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