Manye qué mina, don.
Mientras caminábamos, Guillermo le dio aviso al Pitó, que giró su cabeza para comprobar la certeza de la advertencia.
El retorno de la escuela y la merienda compartida ofrecía lugar a confesiones y comentarios inesperados
¿Y valía la pena mirarla?
La respuesta afirmativa, despreocupada, cambió bruscamente el gesto y la cara de la Tata Leonor.
Todos permanecimos en silencio.
Guillermo, sin darse por aludido, continuó comiendo sus galletitas con dulce de leche absorto en los dibujos animados.
Eso sí, de mujeres, nunca más dijo nada…
para Guillermo Santalla
II
Una detención ineludible, un rito previo a cada salida que no podía postergarse.
Originaria de Córdoba, de Mendoza, o qué importa dónde, servía de sagrado amuleto, de infalible talismán.
Tocala vos también, nunca olvides hacerlo, apuntaba con su mayor seriedad.
Y yo, obediente, acariciaba con devoción ese pequeño cascote alisado por tanto roce y tanta fe pagana.
Vamos, ya estamos listos, pero igual tengamos cuidado, advertía el Pitó.
Y allá partíamos...
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