La búsqueda es una empinada montaña surgida como cuña en un sendero de instintos enlazados.
Es incansable, no se detiene, nunca desespera, acaso porque presume desde siempre que la maduración de los frutos ocurre al final de todos los caminos.
Entonces se repite una vez, dos, incontables veces; acaba comportándose como un enjambre de cometas y destellos dorados, y las laceraciones que producen sus sacrificios se compensan con la suave aparición de sus espasmos.
Nada puede ser ajeno para ella.
Y por eso, rendido frente a su imagen desnuda y como parte del paisaje de una mañana de fin del verano, parece inevitable que mis manos desaten sus nudos, sus laderas inquietas; descubran el verdadero sabor de sus epílogos sobre estas extrañas superficies de placer.
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