Estoy acostumbrado a acostumbrarme / con el insignificante sentido de las palabras / y no sé si el hombre le dio horas al tiempo / o el tiempo horas al hombre. Estoy libre en mis prisiones / calma siniestra por escapar / y no sé si los dioses crearon / el mundo para los hombres / o los hombres el mundo para los dioses / Estoy viviendo mi muerte / tácito pasillo que aborrece de oscuridad / y no sé si soy yo quien intenta escribir / o escribe quien intenta ser yo. "Hombre" de Fabricio Simeoni

19 de agosto de 2012

El corazón de la plaza

Plaza de Río Gallegos
Te juro que no lo pensé, que fue pura casualidad. Tenés que entenderlo porque no se trata de una mentira ni nada parecido. ¿Acaso no creés en el azar? ¿Tampoco en el destino? Fue todo muy rápido, muy simple: yo la encontré y ella ni siquiera me había visto. Tuve que mirarla dos veces para asegurarme. Fue suficiente. No sabía que semejante atracción podía suceder. Justo a mí que reniego de esos impactos a primera vista. Debo haber sido bastante poco disimulado porque, de repente, ella giró violentamente la cabeza para luego clavarme sus ojos. No dijo una sola palabra, no hizo ningún gesto, apenas un ligero movimiento para agacharse bajo el árbol que nos ocultaba en la oscuridad y que interpreté como una invitación para acercarme a su lado. Pasa cualquier cosa en el corazón de las plazas de la ciudad. ¿Por qué algunas son tan oscuras? ¿Será que nadie quiere ver demasiado en esos lugares? ¿Que todos tienen miedo? Entonces, sin perder un segundo de tiempo, como si supiese lo que necesitaba, ella abrió el bolso que le colgaba de los hombros mostrándome las manos y desplegando uno por uno sus largos dedos. Mis pensamientos avanzaban a una velocidad alucinante y fue inevitable mirarla con deseo, con una expresión tan salvaje que no puedo explicar, y sobre la que me he preguntado más de una vez si existirá una explicación justa para describir semejante mezcla de explosión, sed y calentura. Más tarde, el final del encuentro fue el acostumbrado, y el orgasmo de esos instantes fue fugaz, de una textura casi invisible. Ella, su piel, su cuerpo, su vértigo, me abandonaron y recién ahora despierto. Camino y camino como un autómata por los senderos de la plaza sin brújula ni horario. Sólo eso. Como antes, como siempre y creo que nada cambiará, que nada sucederá. Por lo pronto, mañana volveré a buscarla y quizás ella también me encuentre. La inyección, imagino, será la misma.

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