Estoy acostumbrado a acostumbrarme / con el insignificante sentido de las palabras / y no sé si el hombre le dio horas al tiempo / o el tiempo horas al hombre. Estoy libre en mis prisiones / calma siniestra por escapar / y no sé si los dioses crearon / el mundo para los hombres / o los hombres el mundo para los dioses / Estoy viviendo mi muerte / tácito pasillo que aborrece de oscuridad / y no sé si soy yo quien intenta escribir / o escribe quien intenta ser yo. "Hombre" de Fabricio Simeoni

25 de noviembre de 2016

Adrian Belew en Argentina

El viaje empezó el 21 de noviembre, pero en realidad había largado bastante antes: tal vez la fecha precisa haya sido el mismo día que adquirimos los tickets luego de sortear la absoluta ignorancia del evento por parte de la expendedora de los boletos y de lograr cuatro butacas juntas en la misma fila luego de una ardua búsqueda.
Cuando nos ofertaron la fila 9, con Fernando nos miramos como diciendo “…no será una ubicación top, pero puede andar…”, y así fue, porque cuando salimos del negocio, entradas en mano, ya podía olerse en el ambiente un clima de previa que excedía en mucho la alegría por haber conseguido lo que habíamos ido a buscar en esa mañana de octubre.
Luego vino el intento (estéril, en mi caso) de absorber la discografía completa sumándole la música más esencial de su paso (no menos esencial) por King Crimson; pero eso tampoco importó demasiado a la hora de emprender el camino hacia la Capital Federal.
Al cabo de un puñado de horas, y ya en el enorme hall del coqueto Opera Allianz, ingresamos ansiosos a la sala para verificar la ubicación elegida y fue la primera sorpresa comprobar lo cerca que estábamos del escenario y lo acertado de la elección en el mapa del teatro.
Lo primero, como siempre sucede, fue escuchar a un telonero con canciones propias interpretadas al piano que se la pasó agradeciendo el respeto y el silencio que le prestamos durante su breve y aceptable show.
Luego si, sin mucho trámite, sin ningún anuncio previo, y con la naturalidad que la experiencia, los escenarios y todas las críticas le reconocen, surgieron en fila india Tobias Ralph, Julia Slick y el gigantesco Adrian Belew rumbo a sus instrumentos para hacernos entender que la hora había llegado y que ya estaban listos para entregar una verdadera aplanadora musical.
A puro rock, a puro pulso y a pura inspiración fueron desgranándose pedazos de un repertorio tan amplio como variado y que no dejaba hueco alguno donde imaginar la más mínima fisura: un baterista salvaje y una bajista implacable hacían lo suyo con una solidez tan formidable que la guitarra fluía sobre esa base rítmica en el borde de un descontrol que jamás ocurriría.
Y a eso, debe agregarse la voz, que no es poco y que se ha mantenido como si el tiempo no pasara.
Varias veces Octavio me dijo “…ya está, con esto me pagó la entrada y el viaje también…”, Patricio parecía tan hipnotizado como inmóvil (llegué a dudar de sus parpadeos) y Fernando disfrutaba con ojos entrecerrados acaso intentando retener cada movimiento, cada nota que se entregaba desde el escenario. Yo, más recatado, prefería clavar la mirada en el modo que la batería sostenía unos  ritmos imposibles y las cuerdas de la guitarra se incendiaban mientras luchaban por estallar entre los dedos de su amo y señor.
Hasta que surgió lo inesperado: un complicado cierre de canción acabó con un “…hacemos un break, ten minutes…”, dijeron, y se marcharon dejando la sensación que algo malo había ocurrido con el sistema de sonido o con la parafernalia electrónica de la configuración de los instrumentos.
Minutos de angustiosa espera, de mirar con avidez el frenético trabajo de los ingenieros sobre las computadoras y el retorno a la “normalidad” cuando confirmaron el inconveniente con un sencillo “…estas cosas pasan…”
Antes de arrancar la etapa 2 y tratar de retomar la efervescencia de la primera parte, un simple mensaje fue como una declaración de principios ante tanta reverencia: “…como premio a la paciencia, haremos algunos bonus tracks…” y fue suficiente, como repetiría Octavio más tarde, para sentir que ese gesto equivalía a la plata mejor gastada.
Porque, aunque parezca un constrasentido, asomaron la faceta más humana y la clase de Belew para comprender sin fastidiarse que debería modificar parte del repertorio preparado. Y desde ese momento se sucedieron canciones con diferentes ritmos, con menores trucos de sonido pero entregando toda su pureza, dejando al desnudo la enorme riqueza de su autor y la exquisita comprobación que pertenece al universo terrenal sin pretender mostrarse como otra cosa.
Porque la cuestión fundamental acabó siendo justamente esa: decir con la música, y a partir de un insospechado contratiempo, que nada puede detener el talento, que los sonidos están más allá de cualquier avatar y que el deseo de compartir lo suyo con la gente, del modo que sea, es absolutamente genuino.
Cuando saludaron, cuando no hicieron ningún bis, comprobamos que el héroe de la guitarra (esa noche) había sido tan humano como nosotros, los que lo habíamos contemplado desde la platea.
Atrás habían quedado un par de horas irrepetibles y la certeza de haber escuchado piezas memorables: desde Men in helicopters, Big electric cat o Three of a perfect pair hasta versiones únicas de Matte Kudassai y el fantástico cierre con Indiscipline.
Fue eso y fue todo. No hubo más ¿había más acaso?, ¿queríamos más? Tal vez si pero, al mismo tiempo, tal vez no. Adrian Belew bajó por un rato desde algún incierto lugar para regalar la magia de su música, el exquisito ensamble de experimentación, virtuosismo violero y pop sinfónico en las dosis más exactas que cualquier alquimista musical pueda imaginar.
La yapa, por si hubiese hecho falta, fueron las fotos con él y su autógrafo sobre la entrada.

Y entonces, habiendo superado la medianoche, nos miramos todos a los ojos y en ese momento comprendimos que nos había alcanzado, colmado de tal modo cada uno de los sentidos que el viaje sólo había sido un tránsito, un fugaz paréntesis dentro de un mundo de urbanas excusas para confirmar que algunos elegidos, a veces, se visten de mortales.
Pudimos comprobarlo: estuvimos ahí.

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