Amsterdam 1976 |
Caminando hacia el Teatro El Círculo surgió de improviso en mi memoria, el
recuerdo de una doble hoja central de la vieja y legendaria revista Pelo pegada
en la pared de mi cuarto.
Allí se veía un Carl Palmer con pelo largo, transpirado, el
torso desnudo y oculto detrás de una maraña de los instrumentos de percusión
que componían una gigantesca batería, todo coronado con dos enormes gongs
orientales a sus espaldas y los brazos elevados al cielo sosteniendo unos
poderosos palillos en en sus manos.
Esa imagen, acaso perdida en alguna de las múltiples y sucesivas mudanzas
que signaron buena parte de mi adolescencia, había pasado al olvido hasta ayer
cerca de las nueve de la noche cuando,
por segunda vez en veinte años, volvería a ver al hombre de la fotografía.
Coqueto y arreglado, el Teatro aguardaba casi en penumbras el comienzo del
espectáculo mientras los más rezagados apurábamos el paso rumbo a nuestras
ubicaciones.
El escenario, absolutamente despojado de cualquier ornamentación,
mostraba un solo instrumento: una batería relativamente modesta comparada con
desmesuras de otros tiempos y al fondo una pantalla gigante donde un logo de británico
estilo anunciaba el tributo del gran Carl Palmer a Keith Emerson y Greg Lake,
sus viejos compañeros de ruta fallecidos en 2016.
Con inglesa puntualidad, como ocurre en este tipo de conciertos, el trío
que completaban Paul Bielatowicz y Simon Fitzpatrick aparecieron tranquilamente
y se encaminaron a ocupar su sitio entre aplausos para iniciar un show que iba
a estar motorizado por un soporte rítmico como pocas veces puede escucharse.
El arranque fue con Hoedown y,
a continuación, todos reconocimos los acordes de Peter Gunn y nos preguntamos también ¿tiene sesenta y seis años? La
respuesta la dio el mismo Palmer cuando, tras un par de temas infernales y
visiblemente agitado por el esfuerzo, saltó de su taburete para presentar a sus
acompañantes casi con un hilo de voz y anunciar la pieza siguiente con un
dificultoso pero entendible español.
Imposible que eso no ocurriera, pero más increíble aún fue lo que pasó
después: el reinicio fue con un ritmo y una intensidad todavía más alucinante,
y entonces todos nos volvimos a mirar confirmando que sí, que son sesenta y
seis nomás, pero recargados con una vitalidad y energía fuera de lo común.
Luego continuaron sucediéndose otros clásicos de Emerson, Lake &
Palmer prolijamente adaptados al sonido y formato de este power trío sin teclados.
Los formidables solos de guitarra y de bajo/stick acabaron por reforzar la
certeza acerca del efecto multiplicador que el empuje de esos talentosos
jóvenes produce sobre esa verdadera bestia desatada entre tambores,
redoblantes, bombos y platillos.
Rosario 2017 |
La mixtura de generaciones produce un efecto más que saludable sobre las
complejas melodías ideadas hace cuatro décadas por ELP. No suenan igual, y algunas
se nota demasiado la ausencia vocal; pero tal vez por eso mismo ninguna canción
de las que conformaron el ajustado set list tuvo ese tufillo a naftalina que
este tipo de homenajes suelen tener.
Obras inoxidables como Take a
pebble o Lucky man sonaron de un
modo, aunque al oído le costara reconocerlas, que resultaron versiones
imperdibles. Lo mismo ocurrió con la festejada Pictures at an exhibition, que sólo conserva el comienzo de aquel
barroco original y algunas partes que funcionan como separadores para incluir temas
de otros álbumes, como el caso de la Danza
con los espiritus negros de Works mezclada en el desarrollo de la joya de
Mussorgsky.
Un par de horas más tarde habíamos dejado atrás temas como America, The Barbarian y 21 St Century Schizoid
Man de King Crimson, y la gente acabó rendida a los pies del,
probablemente, más legendario baterista de la historia del rock y cuyo
despliegue tuvo su apogeo durante la Fanfarria
para el hombre común (que constituyó el primer bis) y que tuvo el ansiado
solo de Palmer, quien no dejó instrumento ni parche sin golpear durante ese
exclusivo momento. Tres palabras alcanzan para describir lo que vimos en esos
minutos de irrepetible calidad: rapidez, maestría y genialidad.
Y entonces, como todo tiene un final, el show de Carl Palmer en Rosario
también lo tuvo, y fue con la misma sencillez con que presentó los temas o
hacía reverencias para que aplaudiéramos a sus músicos. Simplemente se despidió,
nos dijo adiós y todos, en obvio tributo a su exquisita calidad, lo ovacionamos
de pie.
Cuando las luces se encendieron, y mientras nos encaminábamos hacia la
salida, miré a mi amigo Fernando y se me ocurrió decirle por lo bajo un antiguo
pero, creo, no menos certero refrán: “…viejo
es el viento y todavía sopla…”.
Fue aquí, en Rosario, en la primera noche de un tórrido mes de marzo donde
sopló un inolvidable huracán que tuvimos la suerte de haber visto para poder contarlo
pero, sobre todo, para recordarlo como verdaderamente corresponde.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario