Steve Vai |
- - ¿Y
si vamos a ver a Steve Vai?
La pregunta de Fernando
no solamente sonaba a invitación, sino también a empujoncito hacia la boletería
virtual de venta de tickets, y acabó por convencerme apenas dos días antes del
recital.
- - No
encontré muy adelante, pero creo que la ubicación no es mala.
Y yo le creí. Estaba
convencido que si le parecía aceptable la fila 14, era
porque valía la pena ese lugar de la platea.
Finalmente, la noche
llegó. Antes, esa misma tarde, estuve escuchando Passion and Warfare cuyos
jóvenes veinticinco años constituían el motivo del recital y la excusa perfecta
para la presentación de un guitarrista de rock de excelencia como pocas veces
ha pisado Rosario.
La vestimenta con que
irrumpió Vai impactaba porque todo su cuerpo (incluida la guitarra) estaba surcado
por luces de diferentes colores brindándole un aspecto casi espacial, aunque el
atuendo no le duró mucho en esa primera visión que tuvimos de él cuando pisó
las tablas del Teatro El Círculo quince minutos después del horario previsto.
Con un formato que más
tarde comprobaríamos podía moverse cómodamente del trío al cuarteto, la
formación que acompañaba a Vai arrancó con una potencia demoledora.
El tributo a ese disco
excepcional se fue cumpliendo sin pausas interpretando una por una todas sus
canciones, intercaladas con temas de otros discos y, como viene observándose
con la mayoría de los músicos que desembarcan por estas tierras, el resto de la
banda estaba compuesta por gente mucho más joven y dueña de un virtuosismo
arrollador.
Guitarrista fabuloso más
una banda extraordinaria es un combo donde difícilmente algo pueda fallar o
salirse de lugar. Y eso ocurrió en esta ocasión, donde nada sucedió fuera de
libreto y donde hubo momentos de exquisitez, para la emoción, de intimidad y,
obviamente, de puro rock. También hubo, y se notó mucho, un verdadero gusto por
estar en ese lugar y a esa hora compartiendo su arte con todos los que colmamos
el teatro.
La exquisitez apareció
por el lado de las magnificas interpretaciones de Vai que, por momentos,
parecían hacer estallar los parlantes y hasta el equipo
mismo de sonido; la emoción se asomó en diferentes momentos desde la pantalla de alta definición que completaba la escenografía: por allí pasaron Brian May, Joe Satriani,
John Petrucci y también el inolvidable Frank Zappa.
Construyeron una especie
de contrapunto a la distancia entre los músicos haciendo lo suyo en el
escenario e interactuando con lo que se veía y escuchaba desde la pantalla,
logrando un ensamble tan ajustado como si estuvieran comunicados en esos mismos
momentos.
Lo intimista, la perla
del recital, sucedió casi en el cierre cuando Vai bajó del escenario mientras
ejecutaba una canción caminando por el pasillo de la platea; pasó a nuestro
lado y hasta se dio el gusto de tocar parte del tema con una dama abrazándola
por la espalda junto con su guitarra.
La ovación que coronó su
regreso al escenario fue conmovedora; nos convenció que habíamos sido
afortunados testigos del show de un monstruo donde la guitarra es una prolongación
de su propio cuerpo y, también, del vigor de un tipo de 57 años con un dominio
escénico tan elevado como cada uno de los prodigiosos riffs que desgranó
durante toda la noche.
- De lo mejor que he visto, me dijo Fernando cuando
terminaron los bises y buscábamos la salida del teatro.
No pude desmentirlo. Era
imposible hacerlo. Las cuadras que caminamos, las cervezas y comentarios que
compartimos hasta la madrugada fueron el epilogo para la admiración con la que
luego nos fuimos a dormir.
No fue poco. Arrancamos
con dudas y timidez para comprar las entradas y acabamos extasiados. Fue el mejor
premio y también la valoración más justa para la decisión que habíamos tomado.
Y un deseo ferviente que quedó
flotando en el aire: que se repita.
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