Estoy acostumbrado a acostumbrarme / con el insignificante sentido de las palabras / y no sé si el hombre le dio horas al tiempo / o el tiempo horas al hombre. Estoy libre en mis prisiones / calma siniestra por escapar / y no sé si los dioses crearon / el mundo para los hombres / o los hombres el mundo para los dioses / Estoy viviendo mi muerte / tácito pasillo que aborrece de oscuridad / y no sé si soy yo quien intenta escribir / o escribe quien intenta ser yo. "Hombre" de Fabricio Simeoni

19 de enero de 2008

EL VINO

El vino no es sólo cosa de hombres. Ni tampoco sólo de mujeres. El vino es una sucesión, a veces interminable, de tragos ardientes; es el destello fugaz de una copa transparente acariciando la pureza del cristal rumbo al puerto de un embarcadero secreto.
Y mientras todo esto sucede, nunca deja de sorprender la silueta de una copa envolviendo con su silencio cómplice lo que la lengua lubrica en un simple paladeo de ojos cerrados.
Como los hombres y como las mujeres.
Como unos y como otros.
Sin testigos ni referencias, apenas el descuidado gesto de un encuentro discreto y a espaldas de los demás.
Como los hombres y las mujeres una vez más.
El vino es como un sexo salvaje sobre la suave alfombra de un dormitorio desconocido, y es también el vago recuerdo de una copa derramada desde los extremos de tus dedos que no alcanzará, deberían creerme, para hacer olvidar aquel cuerpo desnudo sobre el mío.

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