Continuación libre de un fragmento de "La Promesa" Silvina Ocampo - Editorial Lumen - Buenos Aires 2011
Mi reloj sumergible no andaba. ¿Qué hora sería? ¿Las cuatro, las cinco de la tarde? Yo adivinaba siempre la hora en tierra firme, aquí me despistaba todo. A unos pocos metros vi en la superficie del agua azul la línea oscura y larga que parecía el cuerpo de… Williams. Todavía aturdido, comencé a nadar hacia esa silueta que divisaba cerca y lejos a la vez, con la íntima esperanza de encontrarlo, de hallar algo o alguien donde aferrarme en esa inmensidad líquida, y mis brazadas empezaron a sucederse; nadaba y nadaba pero aquel cuerpo en apariencia tan próximo se alejaba a medida que el tiempo transcurría y los metros se estiraban ¿estaba tan cerca? ¿verdaderamente quería alcanzarlo? Al cabo de un rato me detuve flotando en el lugar y noté que más adelante el cuerpo también se había frenado; es una burla, dije, y retomando los movimientos con bronca para acelerar el ritmo vino a mi memoria la voz de Esther, una antigua profesora de natación, reprochando mi falta de energía en el pataleo; pero no eran momentos oportunos para pensar tales cosas y mucho menos siendo un náufrago, porque en eso me había convertido luego que Williams pretendiera cruzar el arrecife sin siquiera tener un mapa de navegación, o contar con los instrumentos adecuados para detectar atolones y barreras de coral: habíamos encallado y la grieta abierta por el impacto en nuestro velero acabó hundiéndolo sin remedio; fue Williams, ese hijo de puta que dijo ser mi amigo, quien me arrastró a estas circunstancias, a este nadar en medio de la nada, a esta sed devoradora; y también al coqueteo con esta muerte que percibo delante mío, más allá o más acá según los minutos; que flota y se hunde ¿o es que acaso se trata del mismísimo Williams? ¿lo habré pasado a mejor vida con la pistola de lanzar bengalas? ¿se habrá ahogado sin que lo haya visto, o será una simple madera a la deriva?; ¡cuánta razón tenía Esther!, pero eso ya no importa, ahora tengo que nadar, abrazar esa sombra, esa figura inerte antes que otra sombra más oscura me alcance; y estoy seguro que recién entonces sentiré que llegué a alguna parte, que al fin arribé a una hora que ningún reloj me dará jamás en tierra firme porque no hay dónde llegar; que Williams, aquel hijo de puta que fue mi amigo, desapareció para siempre, sé que ha muerto porque lo maté; lo mató el mismo que por aquellos instantes, en la superficie de aquellas aguas azules donde su sumergible no andaba, no supo qué hacer, cómo hacer, para no morir a su lado.
2 comentarios:
un texto tan bien logrado, robert, muy bueno!! y ahora tenés el de beckett para entretenerte durante el fin de semana, ja! seguí jugando...
gracias Paula!! Veremos qué sale
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