Estoy acostumbrado a acostumbrarme / con el insignificante sentido de las palabras / y no sé si el hombre le dio horas al tiempo / o el tiempo horas al hombre. Estoy libre en mis prisiones / calma siniestra por escapar / y no sé si los dioses crearon / el mundo para los hombres / o los hombres el mundo para los dioses / Estoy viviendo mi muerte / tácito pasillo que aborrece de oscuridad / y no sé si soy yo quien intenta escribir / o escribe quien intenta ser yo. "Hombre" de Fabricio Simeoni

10 de abril de 2013

Vértigo

Muelle La Lucila del Mar
El vértigo, como la clave de una huella inquieta, estimula, acentúa los movimientos; en ese espacio incierto, la caída es el centro y también el despojo de los universos conocidos. Nada existe que detenga el tiempo, que fluya distraídamente entre sus partículas y entonces, acaso sin proponérselo, toda la espera, el deseo, todo el amor pueden quedar suspendidos sobre la superficie del viento, convertirse en una ráfaga incesante o perderse de vista con sólo cerrar los ojos. Es que en el vértigo, en la caída, demasiados pedazos habitan los espejos de sus fragmentos; uno puede mirarse en algunos, negarse en otros y ese todo tal vez nunca sea la suma de las partes: su verdadero cuerpo no es, no será más que un bello misterio escondido bajo la piel, y caminar sus rincones, quebrar sus extremos, una señal imposible, un eterno sello de fuego sobre las paredes del mar.

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