Estoy acostumbrado a acostumbrarme / con el insignificante sentido de las palabras / y no sé si el hombre le dio horas al tiempo / o el tiempo horas al hombre. Estoy libre en mis prisiones / calma siniestra por escapar / y no sé si los dioses crearon / el mundo para los hombres / o los hombres el mundo para los dioses / Estoy viviendo mi muerte / tácito pasillo que aborrece de oscuridad / y no sé si soy yo quien intenta escribir / o escribe quien intenta ser yo. "Hombre" de Fabricio Simeoni

18 de mayo de 2013

Hechizo


Sus mensajes llegaban de improviso desde cualquier lugar pero nunca pasaban desapercibidos; a su paso, la silueta y la textura de sus palabras provocaban una sucesión de escalofríos mientras el eco de sus temblores repercutía insomne por todos los lugares.
No es posible detenerse en los inicios de la madrugada.
La línea de sus labios, como las escamas de una piel invisible, asomaba tan delgada que podía atravesarse tan sólo con respirarla; sus murmullos, sus gemidos mal disimulados tallaban los sonidos exactos para grabar esas horas en la memoria; eran el himen y la matriz, el génesis de miles de besos húmedos inundando tardes sin ropas y también el miedo a perderlo todo, el terror mezquino que desafiaba la noche más atrevida.
Al amanecer, al despuntar los relojes, siempre es demasiado tarde.
Por eso, cuando nos dimos cuenta y abrimos los ojos, el tiempo ya nos había consumido en su huella hambrienta como si los cuerpos, los sexos fundidos bajo la luz de la luna hubiesen sido nada más que la consecuencia de un encanto o una especie de magia secreta, tal vez el mismo hechizo que le hacía decir en mis oídos “… esto es lo único que me mantiene viva…”

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