Estoy acostumbrado a acostumbrarme / con el insignificante sentido de las palabras / y no sé si el hombre le dio horas al tiempo / o el tiempo horas al hombre. Estoy libre en mis prisiones / calma siniestra por escapar / y no sé si los dioses crearon / el mundo para los hombres / o los hombres el mundo para los dioses / Estoy viviendo mi muerte / tácito pasillo que aborrece de oscuridad / y no sé si soy yo quien intenta escribir / o escribe quien intenta ser yo. "Hombre" de Fabricio Simeoni

17 de julio de 2013

Fantasía de Invierno III

Camino a Puente del Inca - Mendoza - Argentina
Estoy detenido en la ladera de un cerro, parado sobre un montículo de piedras húmedas y mohosas. Desde ahí, observo un enorme valle rodeado por otras cumbres que conforman una especie de cordillera y cuya distancia no puedo precisar.
 
En poca o abundante cantidad, tal vez en ambas al mismo tiempo, el sonido del viento y la calma del lugar se mezclan para replicar el eco del silencio por todo el ambiente.
Hace mucho frío. Un tibio sol apenas logra calentarme la cara y las manos y maldigo sin disimulo haber olvidado los guantes, pero aún así prefiero permanecer en esa montaña negándome a abandonarla, a renunciar al panorama que contemplan mis ojos.
De improviso, rompiendo la placidez del paisaje, surgen dos pájaros aventurando un largo planeo por las alturas. Es imposible dejar de mirarlos, y atraído por un imán invisible, me dejo llevar por sus vuelos a ninguna parte sin poder evitar envidiarlos desde algún oscuro punto de mi pensamiento.
Las imágenes que están entregando esas aves iluminan de tal modo este perfecto amanecer que hasta el invierno parece desnudarse en harapos, como si la parca fuese por aquí una sombra vertiginosa que huye buscando el refugio de su piel.
Ese brillo sorprendente me hace suponer que se trata de la señal que siempre he esperado para confirmar, por alguna extraña razón, que finalmente me convertiré en pájaro, en una leve y frágil existencia capaz de devorar esos restos almacenados dentro de mí que nunca se resignan al encierro del cuerpo.
Inmóvil, presiento que algo único se aproxima con velocidad y contengo la respiración invadido por la súbita necesidad de despegar hacia ellos. Sólo entonces me permito dibujar sin culpas, apenas con mis alas abiertas, el perfil de un bello y lejano rostro de mujer.
Disfruto, saboreo cada trazo de su cara con intensidad y luego, como un telón anunciado, comienzo lentamente a cerrar los ojos: en minutos el tiempo ya los habrá convertido en nada, en otro sueño más de vacío perdurable.

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