Estoy acostumbrado a acostumbrarme / con el insignificante sentido de las palabras / y no sé si el hombre le dio horas al tiempo / o el tiempo horas al hombre. Estoy libre en mis prisiones / calma siniestra por escapar / y no sé si los dioses crearon / el mundo para los hombres / o los hombres el mundo para los dioses / Estoy viviendo mi muerte / tácito pasillo que aborrece de oscuridad / y no sé si soy yo quien intenta escribir / o escribe quien intenta ser yo. "Hombre" de Fabricio Simeoni

16 de octubre de 2017

Ian Anderson´s Jethro Tull


Se completó el círculo de una trilogía perfecta: en el período casi exacto de un año desfilaron Adrian Belew, Carl Palmer y Ian Anderson; integrantes esenciales de bandas trascendentes del rock sinfónico como King Crimson, ELP y Jethro Tull respectivamente.
Le tocó cerrar ese dibujo figurado a Ian Anderson y, como el último de esa lista ilustre, acabó siendo un verdadero plato fuerte sin el menor desperdicio.
Calvo, con barba candado y chaleco negro abierto sobre una remera blanca asomó en el escenario junto al resto de la banda con esa tranquilidad tan habitual que muestran los grandes en serio.
-      ¿No es igual a Walter White? fue la primera reacción ante el innegable parecido físico con Bryan Cranston, el protagonista de Breaking Bad.
Pero fue sólo un detalle de color, luego destiló una personalidad tan deslumbrante como inimitable que envolvió a todos los asistentes del teatro donde los viejos fanáticos de Jethro Tull lucían sus remeras de recitales anteriores, acaso para demostrar que la leyenda sigue viva.
Y la banda, una máquina bestial y aceitada como era de suponer, arrancó a todo vapor con un ensamble tan acabado de melodías rockeras, celtas, sinfónicas y bluseras que resulta inclasificable; a lo que debe sumarse la inclusión de esa notable flauta traversa, un instrumento tan extraño en este género como bien podría serlo una tuba.
Pero esa rareza, en este caso, lo acaba convirtiendo en un elemento de vital y exquisito al igual que su intérprete, quien le agrega sus propios sonidos de gritos, soplidos y gruñidos casi guturales para completar un combo tan particular que no reconoce otro igual.
Porque de eso se tratan algunas cosas: ser único a partir de la perfección y no al revés. Ian Anderson, con sus siete décadas a cuestas, sigue mostrando que viejo es el viento y todavía sopla; y que su idea musical continúa siendo tan válida que, escuchando esa mixtura de virtuosismo y contenido desenfreno, uno termina diciéndole al de al lado ¡Qué genial es este tipo!
Y así fue sucediendo durante el desarrollo de todo el set list elegido para la presentación entre nosotros. Con dos partes bien definidas: la primera donde las melodías y los pulidos arreglos en las ejecuciones mostraron la vigencia de clásicos inoxidables como Heavy horses, Thick as a brick, Banker bets banker wins, Far on the freeway para completarla con la icónica Too old to rock´nroll too young to die.
Los quince minutos de intervalo fueron la calma que precedió a la tormenta que se desató sobre el escenario con una contundencia para perder el aliento.
El arranque de la segunda, con Sweet dreams, fue demoledor y no se detuvo hasta el final; Past time with good company y una Toccata and fugue in D minor fueron muestras de esa aplanadora que se abalanzaba sobre nosotros hasta aplastarnos, literal y definitivamente, con una versión memorable de Aqualung y el bis de Locomotive breath.
Ian Anderson o Jethro Tull, que acaso sean lo mismo, suenan como si lo hubieses escuchado todo el tiempo sin siquiera darte cuenta de quiénes se trataba. Son tan fabulosas las melodías que nunca pierden vitalidad y logran que Jethro sea como esos amigos que, aunque pases tiempo sin verlos, están siempre a mano y, de algún modo, te sanan, te curan, te transforman; porque sus ritmos no son iguales a los de nadie pero uno puede reconocerlos claramente dentro de otras bandas, como por ejemplo en ciertos temas del enorme Génesis en tiempos de Peter Gabriel.
Párrafo aparte para el resto de los músicos, absolutamente virtuosos en lo suyo, y el uso y despliegue de elementos virtuales desde la pantalla de alta definición: complementando y hasta reinventando la tarea vocal y musical de Anderson pero con una exactitud y perfección digna de un asombro al borde de la hipnosis.
El público, respetuoso y conocedor, no insistió con más bises porque sabía que el final había sido el que fue y se marchó con la certeza de haber presenciado un show imposible de olvidar. A partir de ahí comenzó otro momento: el de comentarlo, revivirlo y volver a asombrarse comida y bebida de por medio.
Tal vez como al propio Ian Anderson y a su entrañable Jethro Tull les hubiese gustado.

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