Estoy acostumbrado a acostumbrarme / con el insignificante sentido de las palabras / y no sé si el hombre le dio horas al tiempo / o el tiempo horas al hombre. Estoy libre en mis prisiones / calma siniestra por escapar / y no sé si los dioses crearon / el mundo para los hombres / o los hombres el mundo para los dioses / Estoy viviendo mi muerte / tácito pasillo que aborrece de oscuridad / y no sé si soy yo quien intenta escribir / o escribe quien intenta ser yo. "Hombre" de Fabricio Simeoni

10 de octubre de 2019

King Crimson en Argentina

“King Crimson solicita y agradece que los asistentes no utilicen ningún elemento de tecnología para grabar, fotografiar o filmar este recital”. Palabras más, palabras menos, una dama en español y luego un caballero en amable inglés se dirigieron al público advirtiendo verbalmente lo mismo que un cartel anunciaba desde el escenario acerca de qué ocurriría con aquel que desafiara los deseos de los integrantes de la banda que habíamos ido a ver colmando un Luna Park esplendoroso. Más allá de lo comprensible o incomprensible del asunto, esas fueron las pautas del juego que marcaban, además, que Tony Levin sería el encargado de dar el visto bueno para tomar fotografías cuando él captara imágenes con su propia camarita, sólo que eso ocurriría una vez que el show hubiese concluido y los siete estuvieran saludando a la multitud. 

Aún sin compartir la idea, la regla se respetó; quedando la impresión que King Crimson quería que sólo usáramos nuestra capacidad sensorial para grabar, filmar y fotografiar guardándolo en la memoria y se sabe: dentro de algún tiempo esa treta funcionará de maravillas porque con  cada año que transcurra, el recuerdo lo hará todavía más excepcional de lo que fue.

No resulta menor mencionar que todos esperamos el inicio de un recital con expectativas que son personales y difícilmente, más allá de obvias homogeneidades, pueden repetirse con exactitud entre los asistentes. En nuestro caso logramos sumar nueve amigos a la asistencia y estoy seguro que fueron nueve expectativas distintas en algún punto sobre lo que aguardábamos, aún cuando la mayoría ya había visto todo (o casi) gracias a Youtube. 

"En suaves mañanas grises / las viudas lloran / los sabios comparten un chiste / y yo corro para tomar signos de adivinación / para conocer el engaño / El bufón amarillo no juega / pero gentilmente tira de las cuerdas / sonríe / mientras los títeres bailan / en la corte del Rey Carmesí”

Así reza parte de la letra de “In the court of the King Crimson” y queda a criterio de cualquiera colocarse dentro de las viudas, los sabios, los bufones y los títeres. No creo equivocarme si digo que esta genial enumeración nos incluía a todos. A ellos y a nosotros. Y, como suele ocurrir en estos casos, la puntualidad volvió a ser inglesa, con los infaltables quince minutos de tolerancia que pusieron punto final a la espera de un cuarto de siglo para que el Rey Carmesí tocara nuevamente en la Argentina.

Y fue entonces que, con las luces del escenario encendidas, elegantemente vestidos, de uno en fondo, con Mastelotto a la cabeza y el imperturbable Fripp cerrando fila y haciendo honor a esa imagen que lo coloca entre un androide y un ser humano pisando Sudamérica dio comienzo esta historia con Hell Hounds of Kim y un furioso triple solo de batería (no sería el último) que sirvió para ir calentando un ambiente ya de por sí caldeado por la razonable ansiedad.

Ese sonido armónico que logran Pat Mastelotto, Gavin Harrison y Jeremy Stacey constituye una verdadera pared percusiva que sobresale mucho más allá de sus talentos particulares. Como muestra de ello, Stacey agrega a su instrumento natural los teclados de la banda en una multifunción difícil de encontrar y mucho más aún de ejecutar.

De este modo arrasador se inició el show ante un público totalmente hipnotizado.

Podría decirse que la 1ª parte fue desarrollándose con el virtuosismo que todos presumíamos y los temas iban desgranándose para dejarnos con la boca abierta del asombro. Y así fueron transcurriendo, entre otros, “In the court of the King Crimson”, “Cat Food”, “Moonchild” hasta arribar al último tema “Indiscipline”, elaborando algo como un “Frame by Frame”, un crescendo tan tremendo que cuando terminó la primera parte todos nos quedamos con ganas de más pero tuvimos la certeza que se había tratado de un imponente preludio para un tsunami que nos pasaría por encima si es que alguno pudo sostenerse en pie luego de ese vendaval inicial.

Para ello hay que sumar al trío de cancerberos ya mencionado, al histórico Mel Collins en los vientos a quien le contabilizamos dos o tres saxos, un par de flautas traversas y algún que otro clarinete haciendo de sus intervenciones algo delicioso con ese aire jazzero mezclado con rock y jam sessions pero insertado en la compleja melodía de Crimson.

A su lado el inoxidable Tony Levin, alguien que pese a mostrarse resfriado paseó su maestría como sostenedor de base a partir de la ductilidad de esos increíbles dedos nos sólo para dominar el bajo y el stick sino ofreciendo un inolvidable solo de contrabajo por algo más de 5 minutos.

Al costado, Jakko Jakzyk liderando las voces y haciéndose cargo de la segunda guitarra (lugar que alguna vez ocupó Adrian Belew), presentando un aspecto similar al actual de Jimmy Page y un tono vocal que remitía inconfundiblemente al fallecido Greg Lake, circunstancia que acaso no sea una casualidad ya que la “excusa” de esta gira mundial ha sido el 50º aniversario del lanzamiento de In the Court…, y donde aquel entrañable músico fue mucho más que un partícipe necesario.

Para cerrar el ¿septeto? ¿hepteto? la figura de un señor bajito, calvo, con auriculares y sentado sobre el borde de una banqueta como pidiendo permiso por estar ahí y “apenas” equipado con una guitarra, un mellotron y una especie de panel de control donde monitorea todo lo que ocurre en el escenario: ni más ni menos que Robert Fripp y su escasez de movimientos corporales salvo, y lo resalto porque me fascinó, sus dos manos y, claro, eso era suficiente porque lo que esas dos manos hacen manipulando las cuerdas es algo que excede cualquier comentario. Podría asegurar que esas extremidades nos transportaron por más de dos horas y media al Planeta Fripp.

Escuchándolo pensaba hasta qué punto soportaría el sistema de sonido la planificada distorsión que forma parte de los intrincadísimos arreglos que tienen las canciones de Crimson. Y la respuesta fue que siempre había espacio para un poco más, que la guitarra jamás se descontrolaría y que las melodías son tan perfectas que cuando todo parece estallar en pedazos siempre deviene un “stop” para que el trío de las bestias percusivas impongan el camino, retomen el ritmo y el tema, de algún modo, vuelva a empezar; porque de eso se trata: de recrearse y de renovar lo que ya está hecho para que continúe siendo joven y asombroso al mismo tiempo.

Unos veinte minutos y la fila india volvió a las tablas para iniciar la 2ª parte igual que la anterior, con otro solo triple, aunque esta vez agregando una especie de diálogo entre los bateristas al compás de sus respectivos parches. Y a partir de ahí sonaron esas canciones que esperábamos pero reinventadas, porque uno puede escuchar “Discipline” o “Insdiscipline”, puede regodearse con “Red” o “Epitaph” pero nunca sonarán igual a como uno las tiene en la cabeza y eso, creo yo, es la verdadera magia de Crimson constituyendo su auténtica marca registrada.  

Mientras algunos de nosotros nos preguntábamos cómo volver a ver un recital luego de presenciar éste, sonó uno de los temas que yo ansiaba escuchar y fue, en mi modestísima opinión, el punto culminante tanto emocional como instrumentalmente. Disfrutando de los acordes de “Island” le dije a Ricardo “esto es una verdadera exquisitez” y él me respondió “es cierto, es como si estuviéramos comiendo caviar en este mismo instante”. Fue, amigos, una interpretación brillante pero que encabezó una seguidilla excepcional con “Red” y “Starless” (único cambio de luces de la noche que mutaron al consabido rojo) para gratificar al Dr. González.

Y entre la admiración y la incredulidad nos fueron llevando al final donde los acordes de “Epitaph” no lograron (por suerte) que mi amigo Marquínez cumpliera su promesa de suicidio y el bis llegó con “21st Century Schizoid Man” donde la banda dio rienda a lo que le quedaba para entregar y aplastarnos del todo con su virtuosismo.  

A continuación, y como se había anunciado antes que todo empezara, Tony Levin apareció con su cámara invitando al resto de los mortales a imitarlo y capturar a los siete monstruos que habíamos visto y oído incluyendo a ese pequeño hombrecito ya despojado de sus auriculares y que se ofrecía desnudo de sus armas instrumentales ante la gente que lo ovacionaba de pie y sin que realizara el mínimo gesto, algo así como la contemplación de la pleitesía que le tributábamos los asistentes desde las gradas y plateas.

Queda entonces, mis amigos, más allá de los matices personales, musicales y profesionales que alguien pueda hacer, la vivencia de lo que fue esa noche de Luna Park, justo el día que John Lennon hubiese cumplido 79 años.

Y de esa excursión quedarán para siempre cosas pintorescas: el viaje en bus enfrentando nubarrones y presagios de fea tormenta, la pizza previa en El palacio de la pizza sobre calle Corrientes y, para cerrar esta crónica, la ocurrente frase de Marqui cuando, en medio del fragor del recital, dijo “…Y, después de escuchar esto, lo único que queda es volver a Funes, comernos un asadito y empezar a llevar una vida austera…”


Pudimos comprobarlo: el Rey vive, larga vida al Rey.

Estuvimos ahí.    

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